La otrora villa de
Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, ostenta la condición de
Patrimonio Cultural de la Humanidad por sus valores excepcionales, que la
distinguen del resto de las ciudades cubanas. Un seductor núcleo urbano en
forma de laberinto encanta a los visitantes y su arquitectura ecléctica le da
una particular fisonomía, que enriquece con su trascendencia los asentamientos poblacionales
de Hispanoamérica.
Sus habitantes
construyeron su espacio urbano con un estilo muy personal y en algunas
ocasiones sin forma en absoluto. Este sui generis modo de crear un asentamiento
dejó un conjunto de códigos míticos y racionales alejado del tradicional y
tedioso trazado de calles con casas enfiladas, que con el decursar del tiempo
fue cimentando una sólida identidad urbana.
COLONIA
Trazada a regla y
cordel, la incipiente ciudad quedó reducida a un lote vacío en función de la plaza
de Armas o plaza de la Iglesia Mayor y a las afueras, formando curiosamente con
el centro un imperceptible ángulo de 90º, se construyeron los conventos de San
Francisco de Asís (1599) y Nuestra Señora de la Merced (1601) junto a algún que
otro tramo de calle recta.
A partir del 1528
comienza el proceso de construcción con los primeros intentos urbanos y
arquitectónicos. Las primeras edificaciones corresponden al urbanismo
fundacional, una arquitectura precaria, constituida por materiales poco
duraderos, como la madera, la yagua y el guano, sin embargo no es hasta el
siglo XVII que se empieza a consolidar el proceso constructivo, y se comienzan
a edificar algunas
ermitas que ulteriormente se convirtieron en edificaciones monumentales como las
ya mencionadas de San Francisco y la Merced. De igual manera, se incrementó el número
de casas, con la introducción del ladrillo y otras técnicas derivadas del barro,
lo que les permitió alcanzar una mayor durabilidad.
Resultó de las
desobediencias y obediencias de leyes y ordenanzas un entramado laberíntico que
intentaron sus pobladores reforzar como sistema defensivo contra piratas y
filibusteros en una ciudad con aires medievales; pero sin murallas y sin foso, los
cuales fueron sustituidos por dos ríos y un trazado enrevesado. Entre los años
1738 y 1739 se construyeron sólidos puentes de madera, célebres en toda la
Isla, y que le permitían a los moradores la comunicación con las villas
cercanas. Comenzaron entonces a edificar sus casas en dirección a estas dos
obras, lo que marcó el crecimiento paulatino de la ciudad hacia el este y el
oeste.
Según la Guía de
Arquitectura y Paisaje de Camagüey los templos “definieron las parroquias y
sobre ellas se formaron los barrios, la identidad urbana se fortaleció en un
conjunto de costumbres dibujadas con sutiles diferencias en cada uno. Las
plazuelas personalizaron a los moradores que vivían en sus cercanías, y un
conjunto de asociaciones económicas, morales, espirituales o de carácter
diferenciaron a los habitantes de la plaza del Ángel, los de la plazuela del
Puente o los de la plazuela del Pozo de Gracia”.
La arquitectura que
enorgullece y se conserva en la ciudad en nuestros días corresponde al siglo
XVIII. La imagen actual de nuestra arquitectura la definen básicamente dos
repertorios, a saber: el religioso, determinado por su fastuosidad y su impacto
en el urbanismo citadino, y el habitacional,-el más numeroso, característico y
variado,-según los diferentes estratos sociales-, y asimismo poseedor de las
peculiaridades, hábitos y estilos de vida de las disímiles
generaciones participantes en todo el proceso constructivo.
A lo largo de esta
etapa, se construyeron el convento hospital de San Juan de Dios, las iglesias
de la Soledad, Santa Ana, la Parroquial Mayor, Santo Cristo de Buen Viaje, el
hospital de Mujeres en el Carmen y la iglesia de la Caridad. Todas estas
edificaciones se erigieron usando muros de ladrillo; esta fue una modalidad distintiva
de la parte central de Cuba, y que la diferenciaba de la empleada en occidente,
donde el uso de la cantería permitía lograr mayores detalles en el orden figurativo.
En este período se reedificaron, además, las primeras ermitas y conventos.
Unido al eje
fundacional por un sólido puente de mampostería, reedificado en 1770, un
pequeño pueblo surgiría a inicios de los 1700’s, nucleado alrededor del
santuario de La Caridad. Esta vez bajo una concepción planificada, se ordena el
nuevo barrio, pero las inundaciones durante la etapa lluviosa llevaron al
surgimiento de la línea de fachada, con amplios portales unidos entre sí, lo que
provocó un contraste significativo con la ciudad vieja.
En el decursar de la
primera mitad del XVIII se levantan un grupo de edificaciones que corresponden
aún a la etapa denominada “vivienda tradicional formativa”, pero ya hacia la
segunda mitad de la propia centuria y durante la primera mitad del XIX, se
arraiga la casa tradicional y se introducen disímiles variaciones funcionales y
expresivas. Estilísticamente esta casa se retroalimenta de la experiencia
hispano-mudéjar, pero a la vez incorpora algunos detalles de influencia barroca,
principalmente a nivel de los arcos mixtilíneos y en los códigos formales realizados
en zapatas, ventanas y puertas.
Demarcado por galerías
apoyadas por pies derechos o columnas toscanas, en esta etapa el patio mantiene
su carácter de espacio necesario para el funcionamiento de la casa tradicional.
Por otra parte las fachadas pierden su carácter achatado y se perfeccionan sus
elementos distintivos, entre los que cabe destacar el alero, principalmente de
tornapunta, que había aparecido en la primera mitad del XVIII, y que es típico
de la región central y muy en particular de Camagüey. Otro elemento diferenciador,
pero que responde a los esquemas de fachada de altillo y dos plantas, es el
caso de los balcones con barandales de madera o hierro.
Durante período
decimonónico, aunque no se construyó con la profusidad del siglo anterior,
surgieron algunas edificaciones de envergadura como los conjuntos de San Lázaro
(1819) y el Carmen (1825), en estos se combinaron los códigos tradicionales del
barroco con el neoclásico, a través de la distribución de las pilastras en
ambos niveles, al igual que con el empleo de la falsa bóveda de barrotillo en
el interior. Asimismo, en 1863, se intervino la Parroquial Mayor y se aplicaron
conceptos neoclásicos en las fachadas y la construcción de la torre.
En lo que respecta al
repertorio civil, este tipo de edificaciones son escasas durante la etapa
colonial, destacándose el Ayuntamiento (1728); el cuartel de Caballería (actual
museo Ignacio Agramonte, (1848); el cuartel de Infantería (actual asilo de
ancianos, 1850), y el teatro Principal, de ese mismo año, y algunas otras
relacionadas con instituciones religiosas como son los hospitales y
hospederías.
Ya para 1844, la ciudad poseía 121
calles y callejuelas, la mayoría estrechas y tortuosas y de malísimo pavimento
para afrontar la estación lluviosa. Poco a poco se fue regulando el nuevo
crecimiento urbano y la calle de La Reina se dispuso recta, prolongándose hacia
el norte; por su parte las calles que la rodearon revelaron una marcada
preferencia por el ángulo de 90 grados, lo que presumía una estética militar,
afianzada con la construcción de edificios monumentales. Al límite norte de la
ciudad se establecieron los cuarteles de Caballería e Infantería, para dar la
impresión de una ciudad protegida.
REPÚBLICA
Similar a la barriada
de la Caridad, la avenida de los Mártires se distinguió por los portales
corridos de uso público; sin embargo ésta sí mantuvo su carácter residencial. A
través de esta avenida se extendió el tranvía hasta la plaza de Méndez en la
década de 1920 completando un amplio recorrido, en sentido contrario, hasta la
plaza de la Caridad. Es así como la ciudad queda compactada en un viejo centro apoyado
por dos largas extremidades, y convirtiéndose de esa forma en un extenso
conjunto de valores urbanos, arquitectónicos e históricos.
Con la llegada de la
república neocolonial los espacios urbanos se resignificaron y al cambio de
nombre de Puerto Príncipe por Camagüey, se añadió el hecho de renombrar sus
calles y plazas, en aras de honrar a los héroes y mártires de la Guerra de Independencia.
Por otra parte, el
espíritu de rebeldía y el amor a la educación de las nuevas generaciones bajo
los principios de Martí y Varela, trajo consigo un espanto por el vacío que vino
a materializarse en el cambio de imagen en las plazas coloniales. Los árboles,
bancos, fuentes, entre otros, reemplazaron los extensos espacios citadinos, para
de esa forma marcar distancia entre la vida pública del hombre moderno y el
carácter reflexivo de los antiguos habitantes. Asimismo, el tinajón salió del
interior de las edificaciones para lucir la identidad camagüeyana en los
espacios abiertos.
El comienzo del pasado
siglo conlleva la introducción del eclecticismo, estilo que brinda a todas las
clases sociales y niveles jerárquicos, diferentes posibilidades para expresar
el pensamiento de una época nueva. Entre los años 1900 y 1945 se edifican
nuevos edificios dentro de la ciudad tradicional, otros se reemplazan y algunos
se modernizan, lo que da por resultado una simbiosis estilística que confunde hoy
en día a los que prestan atención solamente a la expresión externa del inmueble.
En Camagüey el
eclecticismo, está definido por dos claras tendencias, por un lado la
académica, que la caracteriza una interpretación de los códigos clásicos o de
estilos históricos europeos y por el otro, el ecléctico popular, apoyado en el uso
de elementos repetitivos con innovaciones locales e incorporando en muchos casos
detalles procedentes de las influencias estilísticas aplicadas en edificios de
mayor connotación.
Con influencia
neoclásica y enmarcados en la primera tendencia, se encuentran las Escuelas
Pías y el Instituto de Segunda Enseñanza. Con influencia neogótica: las
iglesias del Sagrado Corazón y San José, que responden a la aplicación de un
esquema influenciado por el gótico. Por su parte, uno de los ejemplos más
conocidos con influencia art nouveau es la casa de la avenida Finlay 41, que
incorpora en su fachada una interpretación del modernismo gaudiano.
El ecléctico popular es
el más extendido en toda la ciudad y comprende interpretaciones muy
interesantes sobre todo a nivel de fachada. Un elemento que le confiere a la ciudad
vieja y al resto de la localidad innegable diferencia con relación al período
colonial, es la introducción, a un gran número de casas, del portal en forma de
corredor, en estrecho vínculo con el ya mencionado trazado de las avenidas de
la Caridad y de los Mártires, y otros individuales para cada edificación,
básicamente en los barriadas de la Vigía y la Caridad.
De los años ‘30 en lo
adelante es introducido el art déco, como un estilo de transición hacia el
Movimiento Moderno, que paulatinamente modifica la tradicional conformación
espacial adquirida del eclecticismo del que aún por esta fecha se mantienen la
decoración y los elevados puntales. El añejo colegio Champagnat constituye la
edificación de mayor monumentalidad en este estilo. A nivel de vivienda se
pueden apreciar los edificios de Cisneros 260, Martí 53 y Maceo 57. Asimismo, en
esa etapa, se introdujo el estilo neocolonial, que se retroalimentó de los
códigos coloniales como una manera de acercamiento a las raíces y señal de
identidad. Con este estilo se destaca la actual sede del Ballet de Camagüey, y
la Biblioteca Provincial, expresión lograda con la modificación llevada a cabo
a ese antiguo edificio, así como un gran número de viviendas en el Centro
Histórico y fuera del mismo.
Formando parte de esa
primera modernidad aparecen –aunque en menor número– los movimientos llamados
protomoderno o protorracionalismo y el monumental moderno. Ambos corresponden a
la década de 1940 y se expresan a partir de una simplificación de los criterios
formales. El protorracionalismo, se ejemplifica en el edificio situado en
Cisneros 131 y en el monumental moderno las edificaciones que más se destacan
son Maternidad Obrera, y la fachada del museo Ignacio Agramonte.
A partir de 1950 inicia
la segunda modernidad, caracterizada por la entrada de códigos racionalistas junto
a criterios organicistas, a partir de la influencia norteamericana. Se edifican
algunos inmuebles altos de plantas novedosas con el empleo del hormigón, pero los
aportes mayores se descubren en la vivienda individual que introduce nuevas
versiones de plantas que incorporan patios interiores, portales, terrazas y
carpintería Miami, bajo un nuevo
sistema de proporciones.
REVOLUCIÓN
En la década de 1960, se introducen nuevos programas de construcción, dando prioridad a las
viviendas y al sector educacional. Con la herencia del movimiento moderno como
premisa se edifica el reparto Lenin de la Paz, al norte de la ciudad, con
edificios de mediana altura junto a los de servicio, y sobre la base de los
criterios racionalistas antedichos.
Construido
posteriormente, el reparto Julio Antonio Mella constituye el mayor conjunto
residencial de la ciudad y fue concebido para realizarse con modelos prefabricados,
aunque algunos edificios son de bloques, ladrillos y hormigón armado. Al
incluir respuestas a instituciones educacionales, obras de salud, hoteles,
entre otros, la nueva arquitectura va más allá de los programas de la vivienda,
y responde, de esa forma, a codificaciones contemporáneas derivadas de la
modernidad, criterios que continuaron dominando la arquitectura hasta finales
del siglo XX. En el mismo caso se encuentra el reparto “Ignacio Agramonte”,
conocido popularmente como Planta Mecánica, al edificarse aledaño a esa
institución fabril, con el objetivo de proporcionar viviendas a los
trabajadores de esa industria.
A finales de la pasada
centuria y ya en el siglo XXI, a pesar de que hubo una depresión en la cantidad
de viviendas construidas, se construyeron
comunidades de viviendas, principalmente de una o dos plantas en diferentes
repartos y zonas de la ciudad y más recientemente se erigió una nueva barriada (Los
Coquitos) en las inmediaciones de la Avenida 26 de Julio.
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