Dulce María Loynaz, una mujer sin soledad

Dulce María Loynaz, una de las voces líricas más puras de la poesía cubana del siglo XX, agregó a su vida mítica, la virtud de adueñarse de la soledad y negarla.

En sus más de 94 años de existencia (1902-1997) la mezcla de sangres del general mambí Enrique Loynaz, también poeta, y de la pianista y pintora María de las Mercedes Muñoz, hicieron de su primogénita una mujer llena de tanto amor que a veces temió exteriorizarlo plenamente.

Por circunstancias, se inventó entonces el aislamiento, especie de reino desde el cual acompañó a todos a través de una constante misión poética, sin descontar la atinada narrativa de crónicas, ensayos y epístolas.

Plantada en su espacio vital y artístico, frecuentaron su obra el mundo y las más diversas criaturas: influencias bíblicas acorde con su formación católica, hombres, féminas estériles o fértiles, discapacitados, la casa, el jardín, las islas, penetrados todos por la sabiduría esencial de la autora con un diestro manejo del léxico.

Nadie la hallará bella; /Pero había en ella / como una huella / celeste... / se hincó el pie con la punta de una estrella, escribió en El Madrigal de la Muchacha Coja, poema que encierra la compasión hasta lograr con exquisitez una nueva arista de la hermosura.

La persona humana que se debate día a día entre las realidades de su existencia y el limitado anhelo de su felicidad es la dimensión más importante de su profuso quehacer, válido para la orden PRO
ECCLESIA-ET-PONTIFICE, otorgada por el Papa Pío XII en 1959 y los premios Nacional de Literatura (1987) y Miguel de Cervantes y Saavedra (1992), entre otros.

Por eso cantó también a la Patria en Poemas sin Nombre al decir: "Sigues siendo la tierra más hermosa que ojos humanos contemplaron" y más adelante asegura "para el hombre hay en tí, isla clarísima, un regocijo de ser hombre, una razón, una íntima dignidad de serlo".

Delicada y violenta, como solo puede ser una mujer, marcó la poesía con su hierro; vivió casi todo un siglo y acude imperecedera a cada oportunidad en que la llamen las personas, en especial de esta Isla, a quienes ella consideró distintas, sutiles y sensitivas.

Entonces, su imaginación, su capacidad de amar a aquellos que lo supieron e incluso a los que lo ignoraron, frustaron el retiro de tantos años en la casa familiar, desde donde la poesía de la Loynaz sale cada día para habitar en el corazón de tantos. (Tomado de CNCTV Granma).