Rafaelín: Breve reseña de un corsario nuevitero

Por Isván Manuel Cano Hidalgo

Desde los mismos días de la conquista se inicia el corso en los mares cubanos.

Precisamente Hernán Cortés, al reunir naves y tripulación para su aventura en México, se apoderó de un barco mercante en el embarcadero de Trinidad, según él mismo, "como gentil corsario".

Existe un período de más de un siglo de duración en el que el corso tanto hispano como criollo es más prolífero en los mares de la Isla.

Entre la toma de Jamaica por los ingleses, en 1655, y la de La Habana, también por los británicos, en 1762, los marinos cubanos y los españoles de la Isla ya cansados de defenderse toman la ofensiva.

Un poco más tarde, allá por 1790, nació en un pequeño pueblo marítimo de las cercanías de Nuevitas, en la actual provincia de Camagüey, quien la historia y también la leyenda recuerdan con el nombre de "Rafaelín", un aventurero que llegaría a convertiste en uno de esos corsarios cubanos.

Fue "Rafaelín" hombre de baja estatura, aunque fuerte y ágil. Decidido, astuto y magnífico conocedor del archipiélago de Sabana, se inició en la vida marítima como práctico para todo el que decidía delinquir por aquellos intrincados parajes de la costa cubana.

Aprovechó el nuevitero uno de los tan frecuentes indultos del gobierno colonial español, y obtuvo una patente de corso para apresar a los barcos negreros que intentaban desembarcar por el litoral que él conocía mejor que nadie.

Pero el recién estrenado corsario, bien lejos de vigilar, perseguir, y capturar a aquellos infractores, se ocupó de todo lo contrario y haciendo de guía para los propios traficantes se enriqueció alentando lo que debía detener.

Con el tiempo en esas andanzas y sintiéndose cada vez más fuerte y protegido por la ley, tomó una docena de filibusteros y a bordo de un guairo tuvo el suficiente atrevimiento de atacar y saquear una goleta inglesa.

Él y sus facinerosos causaron varios muertos y heridos y la furia de los ingleses que no podían dar crédito a lo acontecido.

El gobierno británico obligó a las autoridades españolas en la Isla a perseguir al hasta ese entonces protegido "Rafaelín".

Éste tomó rápido refugio en los vericuetos de la Sabana y, cuando era inminente su localización y captura, quemó su embarcación y desapareció con los suyos en los manglares del litoral.

"Rafaelín" resistió la constante persecución por algún tiempo, hasta que, tras un duro combate con la sanguinaria Partida de Armona, murió a finales del año 1837.

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Francisco Agüero: primer mártir por la libertad de Cuba

Por Isván Manuel Cano Hidalgo

Sólo una décima, por demás de desconocido autor, fue el tributo póstumo a la memoria de Francisco Agüero y Velazco, Frasquito, y Manuel Andrés Sánchez Pérez:

Pendientes de un vil madero
de Marzo el día dieciséis
de Ochocientos veintiséis
murieron Sánchez y Agüero.
Consternado el pueblo entero
llanto amargo derramó
cuando ejecutado vio
el fallo que dio la Audiencia
en la causa de infidencia
que contra ellos formó.

Por razones obvias, las autoridades españolas silenciaron el hecho, ocultando la connotación revolucionaria a la opinión pública del país y del resto del continente.

Todo comenzó el 20 de enero de 1826, cuando después de una travesía desde Kingston, Jamaica, en la balandra inglesa Marylandia, que poco faltó para que naufragara, dos camagüeyanos — oficiales del ejercito de Colombia —, Frasquito, blanco, y Manuel Andrés, mulato libre, desembarcaron en Sabanalamar, en las proximidades de Santa Cruz del Sur.

Cerca de Puerto Príncipe, en la finca Las Cuabas, los expedicionarios trataron de encender la llama insurrecta, contando con que Bolívar los respaldaría, aunque nunca hubo una promesa del Libertador al respecto.

Delatados más tarde, fueron capturados el 20 de febrero y condenados por la Real Audiencia. Murieron ahorcados en la Plaza Mayor, el 16 de marzo de aquel año.

Frasquito Agüero acababa de cumplir 33 años y su compañero Manuel Andrés Sánchez, sólo 21.

Pero no fue hasta más de un siglo después, cuando el historiador — también camagüeyano — Gustavo Sed Nieves, logró descubrir cuestiones que permanecían ocultas hasta ese momento, y puso así en claro la verdad histórica de aquellos sucesos.

Sed Nieves demostró que sólo Frasquito, y no así Manuel Andrés, era merecedor de la condición de primer mártir por la libertad de Cuba.

El historiador agramontino halló documentos que probaban que Manuel Andrés Sánchez envió una carta a su padrino de bautismo, el regidor Francisco de Borja Agramonte Recio, de cuya lectura se infiere que Sánchez vacilaba y estaba resuelto a claudicar con tal de salvarse.

Aunque no hay evidencia de que Borja Agramonte denunciara a los revolucionarios, el mensaje de su ahijado sí aparece en el expediente de la causa.

La misiva, fechada el 16 de febrero de 1826, y de la cual respetamos su ortografía, expresaba textualmente:

"He expuesto mi vida por livertarla de algunos paisanos, espero no me darán mal pago. Considere V. que soy un infeliz que por avisar a Ustedes he perdido mi bien estar y mi subsistencia. Al oir los siniestros proyectos de unos bárbaros y sabiendo Ustedes esto con anticipación podrán estorbarlos o al menos librarse de sus pesquisas... Yo era de los primeros entusiastas por la livertad, bien que nunca había oido asunto de asecinamientos (cosa que no entraré jamás)... Pero algunos hijos del país tratan de tomar venganza en algunas personas de entidad. Entre ellos D. Ignacio me consta y dos Agramontes más, V. es uno. Por este papel no instruyo a V. sino de los preludios de lo que quiero informar, trate de que hablemos a solas porque en presencia de personas corro riesgo tanto de Govierno como del que he desertado."

Agramonte Recio y su ahijado se entrevistaron esa noche. Cuando Frasquito supo de esta conversación y de la actitud cobarde y traicionera de su compañero, discutió violentamente con él, y ordenó a los esclavos del ingenio San José de Las Cuabas — que pertenecía a un miembro de su familia — que lo capturaran, pero Manuel Andrés logró escapar a los potreros, y allí permaneció hasta que fue detenido por las autoridades coloniales, el 20 de febrero.

Detenido también Frasquito, fueron llevados a Puerto Príncipe, y encerrados en calabozos del cuartel del regimiento de León.

Manuel Andrés entonces solicitó que se le tomara declaración voluntaria, el 22 de febrero. Deseaba informar "cosas interesantes y decir la verdad".

Por otra parte, el letrado defensor de Andrés Sánchez intentó echar toda la culpa a Frasquito Agüero.

Alegaba que

"... por su mayor edad, su astuta perspicacia, su carácter indomable y otras circunstancias agravantes, había tomado tal preponderancia en el ánimo del pobre Andrés, que era sin duda una víctima del otro".

De todas maneras la Real Audiencia de Puerto Príncipe, en sesión pública del 13 de marzo de 1826, declaró culpables del delito de alta traición a los encartados Francisco Agüero y Velazco y Manuel Andrés Sánchez Pérez, condenándolos a pena de muerte por ahorcamiento. Tres días después eran ejecutados.

En esta sentencia salió a relucir el verdadero carácter del Supremo Tribunal, cuyo Real Sello entró en Puerto Príncipe con toda pompa el 30 de julio de 1800.

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Carlos J. Finlay, un camagüeyano que se prolonga en el tiempo

Por Isván Manuel Cano Hidalgo

Carlos J. Finlay Barrés nació en la ciudad de Puerto Príncipe (actual Camagüey), el 3 de diciembre de 1833, fruto del matrimonio del doctor Edward Finlay, médico graduado de las Universidades de La Habana y Lima y natural de Escocia, y de Elizabeth de Barrés, nacida en Puerto España, Trinidad Tobago. Sus años infantiles los vivió tanto en La Habana como en el cafetal de su padre en la zona de Alquízar.

A la edad de 11 años, en 1844, lo enviaron a estudiar a Le Havre, en Francia, de donde regresó a Cuba dos años más tarde debido a una enfermedad.

Volvió al país europeo en 1848 para completar su educación. Después de un período en Londres ingresó en el Liceo de Rouen, en Francia, donde permaneció hasta 1851, cuando regresó a Cuba, convaleciente de un ataque de fiebre tifoidea.

No habiendo podido ingresar a la Universidad de La Habana, pasó a Filadelfia y allí cursó la carrera de medicina en el Jefferson Medical College, centro en el que se doctoró el 10 de marzo de 1855. En 1857 revalidó su título en la Universidad de La Habana.

Recién graduado, pasó con su padre a Lima en 1856, para probar fortuna por un corto tiempo.

El 16 de octubre de 1865 se casó en La Habana con Adela Shine, natural de la isla de Trinidad.

Fue miembro de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales y el Secretario de su Sección de Ciencias. En esta corporación ocupó cargos y recibió varias distinciones y honores por su trabajo científico.

Presentando una hipótesis

Existe una anécdota que dice que estando una noche rezando el rosario, le llamó la atención un mosquito zumbando a su alrededor. Entonces fue que se decidió investigar a los mosquitos.

En la Conferencia Sanitaria Internacional celebrada en Washington, Estados Unidos, en febrero de 1881, Finlay señaló que todas las evidencias indicaban que la fiebre amarilla sólo podía ser trasmitida por un "agente intermediario", pero se abstuvo de indicar que era el mosquito. Su hipótesis fue recibida con frialdad y casi total escepticismo.

De regreso a Cuba, en junio de 1881, realizó experimentos con voluntarios y no sólo comprobó su hipótesis sino que descubrió también que el individuo picado una vez por un mosquito infectado, quedaba inmunizado contra futuros ataques de la enfermedad.

Con sus modestos medios fue capaz de identificar al agente transmisor de la enfermedad. Sus estudios le llevaron a entender que era la hembra fecundada de esta especie la que transmitía la fiebre amarilla.

En agosto del mismo año, en conferencia pronunciada en la Academia de Ciencias de La Habana, identificó a dicho agente como el mosquito hoy conocido como Aedes aegypti. Este trabajo fue publicado en los Anales de dicha institución ese mismo año.

Se comprueba la teoría con la práctica

Finlay no se detuvo en esa etapa de la concepción teórica y del planteamiento de la hipótesis, y diseñó un método experimental para verificar los elementos planteados.

La comprobación de que ese mosquito era el único transmisor de la fiebre amarilla en Cuba, se produjo mediante la virtual eliminación de la enfermedad en La Habana, gracias a una campaña basada en las recomendaciones de Finlay, quien se encontraba al frente de la Dirección de Sanidad en aquel entonces.[1]

El doctor William Crawford Gorgas, médico militar que había tratado de erradicar la fiebre amarilla en Santiago de Cuba sin conseguirlo, fue nombrado Jefe Superior de Sanidad en La Habana en diciembre de 1898.

A iniciativa de Finlay éste creó una Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla, que según las indicaciones del médico camagüeyano hizo guerra al mosquito y aisló a los enfermos. La dolencia fue definitivamente eliminada en La Habana en 1905, y en Cuba en 1909.

El doctor Gorgas fue eventualmente enviado a sanear el Istmo de Panamá a fin de poder completar la construcción del canal, allí aplicó los mismos principios indicados por Finlay lo cual permitió terminar esa gran obra de ingeniería.

Una placa en el propio Canal de Panamá reconoce la contribución de Carlos J. Finlay en el éxito de esa magna obra.

Tratan de ignorar al sabio, pero triunfa la verdad

No obstante, por más de 20 años los postulados del doctor Finlay fueron ignorados y solamente después de terminada la Guerra Hispano-Cubana fue que se volvieron a revisar sus trabajos de investigación y los exitosos experimentos que había realizado durante todos esos años.

A partir de los intentos de despojar a Finlay de su magno descubrimiento, se inició una batalla en todas las tribunas científicas mundiales que trataran sobre la Historia de la Medicina y la Medicina Tropical por restablecer la verdad y otorgarle los merecidos honores al gran científico.

Esa bandera la levantaron en un inicio sus colaboradores más cercanos, como Claudio Delgado Amestoy, Juan Guiteras Gener, Arístides Agramonte y los demás integrantes de la Escuela Cubana de Sanitaristas, creada por el maestro; y más adelante seguida por su hijo Carlos Eduardo Finlay Shine, los historiadores médicos Horacio Abascal, César Rodríguez Expósito, Saturnino Picaza y todos los científicos honestos de Cuba y del resto del mundo a medida que iban conociendo la verdad.

Fue en el XIV Congreso Internacional de Historia y Medicina, celebrado en Roma-Salerno en 1954 que se aprobó la moción:

"Sólo Carlos J. Finlay, de Cuba, es el único y sólo a él corresponde el descubrimiento del agente transmisor de la fiebre amarilla, y a la aplicación de su doctrina el saneamiento del trópico".

En una carta de Henry E. Sigerist a César Rodríguez Expósito, fechada el 24 marzo de 1955, el famoso médico e historiador suizo reconoce la paternidad del médico agramontino sobre el descubrimiento.

"Usted me ha convencido de que es a Finlay y no a Walter Reed a quien corresponde la prioridad en el descubrimiento del modo de transmisión de la fiebre amarilla".

Finlay fue un científico integral, pues a su trascendental obra en relación con la fiebre amarilla, unió su dedicación al estudio de otras dolencias como la lepra, las enfermedades de la visión, la malaria, el beriberi, la corea, la tuberculosis y el absceso hepático.

Fue él quien primero descubrió la existencia en Cuba de enfermedades como el bocio exoftálmico, la filariasis y la triquinosis; se adelantó a Carl von Rokitansky en la afirmación del origen hídrico del cólera y su observación sobre el tétanos infantil posibilitó hacer descender la mortalidad por dicha causa.

Su gran contribución para liberar al género humano de los terribles estragos de la fiebre amarilla y erradicar otras enfermedades, lo convirtieron en benefactor de la humanidad.

Fue propuesto para el premio Nobel en siete ocasiones y en ninguna se le confirió. Recibió, no obstante, importantes distinciones otorgadas por instituciones de Gran Bretaña y Francia.

Su obra científica escrita más importante fue sin dudas su artículo "El mosquito hipotéticamente considerado como el agente transmisor de la fiebre amarilla", publicado en 1881 en los Anales de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. No obstante, escribió además muchos artículos acerca de la fiebre amarilla y de otros aspectos médicos.

Este hijo ilustre de la tierra de El Mayor, eminente epidemiólogo y microbiólogo, falleció en La Habana el 19 de agosto de 1915, a la edad de 82 años.

El nombre de Carlos J. Finlay permanece vigente, en virtud de los nuevos cauces que abrió al desarrollo de la Biología, la Medicina Tropical, la Epidemiología y la Entomología.

Nota

[1]El primer Ministerio de Salud Pública del Mundo se creó en Cuba en 1909 y se le llamó en principio Secretaría de Sanidad y Beneficencia. Surgió en la etapa de la Segunda Intervención Norteamericana en la Isla, cuando la Comisión Consultiva, institución que sustituyó al Congreso de la República, aprobó la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo, que la incluyó entre sus secretarías. La Ley fue promulgada por el Decreto No. 78 del Gobernador Provincial y se publicó en la Gaceta Oficial el 26 de enero de 1909. Finlay fungió como director de Sanidad de esta Secretaría desde su creación hasta su jubilación en 1915. Este cargo al frente de la sanidad cubana lo había desempeñado desde el inicio de la etapa republicana en 1902.

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Bernabé de Varona, soldado de la patria

Por Isván Manuel Cano Hidalgo

Bernabé de Varona y Borrero, conocido desde muy pequeño por el sobrenombre de "Bembeta", nació el 23 de noviembre de 1845 en Puerto Príncipe, hoy Camagüey.

De muy niño quedó huérfano de padre. Procedente de una familia acomodada, a los siete años fue enviado a estudiar a los Estados Unidos. En ese país aprendió el inglés a la perfección, y en 1856 regresó a su ciudad natal.

Se hizo un habil mecanico y trabajó en ingenios azucareros, donde se ganó la simpatía de los esclavos por su prédica de la libertad y la igualdad. Hombre alto, de airosa presencia y corpulento, parecía nacido para dirigir.

Odio al colonialismo

Separatista por naturaleza, desde muy joven comenzó a conspirar contra España, por lo que fue constantemente vigilado por las autoridades hispanicas.

Recorrió diversos lugares de Cuba propagando sus ideales libertarios y demostrando con su arrojo y audacia su odio al colonialismo.

Vidal Morales en su libro Hombres del 68, menciona un curioso hecho conocido como el suceso Pazo Bembeta.

Cuenta Morales que Eduardo Pazo era un librero español, vecino de Puerto Príncipe, que arrendó a la acaudalada Concepción de Miranda una de sus casas para trasladar allí su librería.

Con el propósito de construir unos anaqueles Pazo abrió un hueco en la pared, encontrando unas botijas llenas de oro.

En las fiestas del San Juan de aquel año, el librero paseaba con su familia en un lujoso coche, y al pasar por delante de la Sociedad Filarmónica Bernabé de Varona, siempre de caracter jocoso, le lanzó unos garbanzos con una cerbatana, a lo que Pazo le replicó enfadado, y entonces "Bembeta" le arrojó la colilla del cigarro que fumaba.

Enseguida llegó "un grupo de sargentos con machetes y bayonetas y pretendieron desalojar de la Sociedad a los que en ella estaban", pero usando sus bastones éstos rechazaron a los soldados.

A la tarde siguiente regresaron los guardias españoles a la Plaza de Armas, hoy Parque Agramonte, e insistieron en sitiar la Filarmónica. Entonces los valerosos jóvenes que frecuentaban la Sociedad, entre los que se encontraba "Bembeta", se lanzaron a la plaza donde hubo un violento encuentro entre ambos bandos.

Todo por la revolución

A comienzos de 1868 Varona y Borrero trabajaba de forma activa en pro de la revolución, y durante la molienda (zafra de los ingenios azucareros) de ese año inició una sublevación de negros caleseros. Siempre vigilado, pronto se conoció de sus actividades separatistas, y el 25 de julio de ese año fue apresado y encerrado en la misma galera donde se guardaba el garrote, terrible maquina destinada a la ejecución de la pena de muerte.

Unas semanas mas tarde lo enviaron a La Habana y lo pusieron a disposición del Gobernador general, Francisco Lersundi, quien después de entrevistarse con "Bembeta", quedó impresionado por su conversación y lo dejó en libertad.

Bernabé contactó inmediatamente con el general Manuel de Quesada, con quien desde 1866 sostenía correspondencia sobre la revolución, y éste le ordenó regresar a Camagüey como emisario suyo para investigar ciertos asuntos relacionados con la conspiración en esa ciudad.

A la manigua insurrecta

Cuando supo del alzamiento de Céspedes el 10 de octubre de 1868, de inmediato formó sus tropas y se incorporó a la lucha en el levantamiento del 4 de noviembre en Las Clavellinas, en Camagüey.

Desde el principio de la contienda demostró "Bembeta" sus excelentes facultades como jefe, y pronto se destacó como uno de los mas valientes y aguerridos combatientes.

Cuando el general Quesada desembarcó en Guanaja el 27 de diciembre de 1868, "Bembeta" se puso a sus órdenes. Mas tarde cuando Manuel de Quesada fue nombrado General en Jefe del Ejército Libertador, en abril de 1869, lo nombró Coronel y jefe de la escolta del Cuartel General, pero ya en julio del propio año recibió el grado de General de Brigada.

En mayo tuvo a su cargo el incendio de Guáimaro, ciudad donde un mes antes había sido acordada la primera Constitución de la República en Armas, y cuya defensa resultaba imposible ante el asedio de las fuerzas españolas.

En busca del Virginius

Mas tarde el gobierno de la República en Armas lo envía al extranjero a recaudar fondos para preparar expediciones que proveyeran pertrechos de guerra para los insurrectos en la Isla.

Recorrió Jamaica, México y de allí fue a Nueva York, donde — con la ayuda de Quesada —, se dedicó a la organización de la expedición que debía partir a bordo del vapor Virginius.

A principios de octubre de 1873 zarpó la embarcación desde Nueva York. El vapor arribó a Kingston, Jamaica, para completar su carga y fue delatada su presencia a las autoridades peninsulares de Santiago de Cuba.

Los españoles enviaron el cañonero Tornado para apresar a los cubanos, y el Virginius fue capturado, aunque los insurrectos lograron arrojar al mar la artillería y gran parte del cargamento.

Con el final llega la gloria

En Santiago de Cuba los cubanos fueron juzgados y sentenciados todos a la pena de muerte.

Cuando a Bernabé se le preguntó la profesión, contestó: "Soldado de la patria", y no quiso recibir los auxilios espirituales que le ofrecieron los sacerdotes nombrados por los peninsulares.

El día 4 de noviembre fue conducido al patíbulo junto con Ryan, Jesús del Sol y Céspedes. Se negó a que le vendaran los ojos y a ponerse de rodillas, y fue fusilado por la espalda.

Este hecho llenó de indignación a la opinión pública y los colonialistas hubieran fusilado a todos los prisioneros a no ser por la intervención de Lambert Lornaine, comandante del buque de guerra inglés La Níobe, y por la prensa española que publicó artículos pidiendo clemencia.

Un grupo de jefes y oficiales del ejército publicó en un diario de Madrid una nota donde pedía

... indultar de la pena de muerte a D. Bernabé de Varona, conocido por "Bembeta", cuyos valerosos rasgos le hacen digno de la compasión y del respeto que las almas nobles tributan al heroísmo.

Y a renglón seguido añadían:

Algunos de los firmantes, han debido su existencia a la entereza y generosidad del valiente enemigo D. Bernabé de Varona, y todos han tenido por verdadera honra la de medir sus armas con las de un hombre de guerra, que ha sido en la Cuba una gloriosa excepción, y que ha dado siempre cuartel a los vencidos.

También el camagüeyano José Ramón de Betancourt, que se encontraba en Madrid por aquel entonces, hizo gestiones a favor de "Bembeta", y al fin se atendieron aquellas súplicas y se mandó a suspender inmediatamente toda pena capital en aquel caso; pero el aviso llegó a Santiago de Cuba retrasado y ya Varona y 52 de sus hombres habían sido ejecutados.

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Diego Grillo. El primer pirata cubano

Por Isván Manuel Cano Hidalgo

Después de algunos años en los que se creyó que había desaparecido surge Diego Grillo en Inglaterra, convertido en un rico comerciante. En las tabernas, reunido con sus amigos marineros, rememora las aventuras que lo llevarían a convertirse en el personaje de leyenda, en el primero y más famoso de todos los piratas nacidos en Cuba.

Con la vista perdida en el mar, evoca las sangrientas batallas, los estragos causados en aguas de América durante el último cuarto del siglo XVI y buena parte del XVII.

El comienzo

Todo empezó cuando un conquistador español, en ruta hacia Tierra Firme, conoció a una joven y sensual esclava africana. De esta unión nació en La Habana, alrededor de 1555, Diego Grillo, considerado una de las personalidades más complejas de la historia de la piratería.

Esclavo como su madre, cuando sólo contaba 13 años Diego escapa y busca refugio en los manglares. Allí espera el momento oportuno para huir por siempre del cautiverio. De esa forma se une a bucaneros españoles que comerciaban en aguas antillanas.

Francis Drake: su protector

Luego de cuatro años navegando por las aguas del Golfo de México y del Caribe, en 1572, cuando ya había adquirido grandes habilidades como marinero, es capturado, muy cerca de Isla de Pinos, por el pirata Francis Drake.

Su intrépido espíritu aventurero, su audaz resolución y su actitud desafiante, expresada en una forma de mirar que inspiraba respeto al que la enfrentaba, parecen haber convencido al terrible "ladrón de los mares" de lo valioso que sería tener un hombre así en su tripulación, y termina tomando al joven bajo su tutela y llevándolo consigo a Inglaterra.

Ya en Europa el pirata cubano combate bajo las órdenes del conde de Essex y otros nobles ingleses. A los 22 años es ya el preferido de la Corte, siendo recibido por los mismísimos Reyes, que le dispensan innumerables honores por sus servicios a la corona.

Después de cinco años en Inglaterra, regresa al Caribe en la expedición que organiza Drake. Es el segundo al mando.

No pasaría mucho tiempo para que Diego Grillo se convirtiera en el jefe de esa misión. En 1595, cuando muere su protector, regresa a Inglaterra. Con él va el oro y la fama.

El último golpe

Luego de un tiempo alejado de las aventuras en el océano, Diego aparece en las Antillas acompañado nada más y nada menos que de Cornelio Jols, conocido en la historia como "Pata de Palo".

Juntos dan rienda suelta a sus sanguinarios instintos y atacan despiadadamente a los navíos españoles, dejando sin vida a cada uno de los prisioneros que capturaban.

En estas andanzas realiza una de las más grandes proezas de la piratería, al capturar un convoy de 11 naves.

Para cualquier otro todo esto hubiera sido más que suficiente para retirarse y descansar disfrutando las riquezas y la fama amasadas durante tantos años de atracos en los mares del mundo, pero no para Diego Grillo. El célebre corsario quería dar "un último golpe".

La bahía de Nuevitas, en Camagüey, era el refugio de los barcos que se dirigían a España cargados con abundantes tesoros.

En 1619, después de planificar bien el asalto, Grillo sorprendió un convoy de 6 fragatas en la boca de esa bahía. La batalla terminó sonriéndole a los piratas y la muerte a la mayoría de la tripulación española.

El botín parece haber sido tan jugoso que jamás se volvió a ver a Diego en el Caribe y hasta se le dio por "desaparecido" frente a la bahía norteña.

Lo cierto es que Diego Grillo se asentó cómodamente en Inglaterra, disfrutando por siempre de su condición de "primer pirata cubano".

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