Por Oneyda González/Tomado de
Miradas. Revista del AudiovisualHablar de la Muestra de Nuevos Realizadores del ICAIC, a la que fui invitada por primera vez este año, me hubiera tomado más tiempo, si no fuera porque caí atrapada en las redes de los espíritus siempre inquietos de ciertos jóvenes camagüeyanos, que no cejan en la idea de sacar a cualquiera de su cascarón. Vienen y te provocan, te invitan, o te ligan, que para el caso es igual. No por gusto han llamado La Liga al espacio digital donde se expresan.
Ligar es atar, enlazar, aliarse; por lo que también es unirse, conectarse, trabar amistad, estar en armonía, o en determinada conformidad. Pero LIGAR era el cuarto de los verbos que privilegiaba aquel tan eminente como juguetón escritor llamado Severo Sarduy, al que anteponía otros verbos bien importantes para él (y para muchos de nosotros, porqué no): ESCRIBIR, PINTAR, BEBER; gestos compulsivos que obedecen al deseo del otro.
De manera que siguiendo estas simples razones, es inevitable que si me llaman a contarles de la Muestra..., yo, deseosa por complacerlos, me entregue aún aturdida de tanto movimiento, pero inevitablemente impresionada. ¿Qué es la Muestra? En primer lugar diría que es trabajo, porque organizar un evento en el que confluyan la obra de un joven artista como el chileno Matías Bize, junto a los ya míticos Albert Maysles y Krzysztof Zanussi, equivale a un prestigio confirmado tras años de abundantes esfuerzos.
Si por encima de todos los contratiempos posibles, sus organizadores se empeñan en que la Muestra... represente la unidad dentro de la diversidad creativa audiovisual (de la Isla), diríase que están buscando la aceptación de múltiples formas expresivas, a fin de encontrar entre estos primeros atisbos de práctica cinematográfica, lo que pudiera llegar a ser el cine nacional más próximo.
No conformes con esa exploración ansiosa en la zona de creación, se percibe entre ellos la voluntad de desarrollar una disposición crítica que atañe a los artistas en cuestión, pero no sólo a ellos, sino a quienes realizarán el trabajo específicamente crítico, del arte que se está configurando. Para eso sirven su boletín El Bisiesto, donde se inician los estudiantes de la Facultad de Comunicación Social, y el espacio de discusión "Moviendo Ideas", por primera vez extendido a universidades e instituciones juveniles, y en el que puede expresarse lo mismo el ser que pasa y descubre la tertulia, que el joven crítico en ciernes, o la mentalidad más dedicada al pensamiento estético en el país.
Entre los invitados de lujo del evento, decía, estuvo uno de los hermanos Maysles, (Albert), quien presentó The Rolling Stone Gimme Shelter (documental realizado por aquellos muchachos que en los años sesenta hicieron la revolución conocida como Cine Directo norteamericano), y que se ocupó él mismo, de abrir esa década impresionando a los jóvenes realizadores cubanos de entonces, con una cámara capaz de "filmar las escenas con sonido directo".[1]
Asimismo fue posible ver una parte de la obra del célebre director polaco Krzysztof Zanussi: (Iluminación, Mimetismo, Suplemento, La vida es una enfermedad mortal de transmisión sexual); y confirmar en ellas una poética de orientación humanista (algo extraña para los tiempos que corren), cuyas preocupaciones conceptuales emergen directamente de una postura ética y un pensamiento profundo, para ofrecer las variantes con que sortear obviedades y darse únicamente a través de los vericuetos de cada una de sus fábulas.
Fue muy revelador y placentero para los participantes ver los filmes Sábado, una película en tiempo real, En la cama, Lo bueno de llorar; y compartir con su realizador, Matías Bize. Su humildad nada melindrosa, sino simplemente auténtica, dio a la conferencia magistral un tono diáfano más cerca del coloquio puramente humano. El artista comentó detalles del trabajo con los actores, de la puesta en escena, o de esa forma marcada por el riesgo con que ha decidido enfrentar la narración de sus historias. En la misma sala, además de otros tantos creadores experimentados, oímos a Livio Delgado dejar en el aire una referencia que podría salvar a cualquiera que se inicie en este mundo: puede transmitir la totalidad de su saber fotográfico en unas cuantas horas, pero el joven que lo recibe conseguirá incorporar ese conocimiento solo a lo largo de toda una vida.
La Muestra propiamente dicha, permitió descubrir una media con las propensiones al mimetismo que pueden verse en otros eventos audiovisuales: temas comunes, puntos de vista repetitivos, maneras de hacer semejantes. Pero, junto a ellos sobresalen otros, como Extravío, de Daniellis Hernández, un documental de afanes antropológicos donde el sujeto observa, dialoga y polemiza con la alteridad. Se dejan pasar los deslices formales, sobre todo en la fotografía, porque lo primordial es sentir el calor de un ser que carga la cámara y narra una realidad tras sumergirse en ella mientras la descubre, no importa el riesgo que signifique; 13 000, de José Luis Barber, quien logra sortear el probable patetismo que ofrece su personaje (un accidentado por corriente de alta tensión) y tomar un camino de discernimientos en la naturaleza peculiar y rebelde de este joven, más allá de su singular apariencia; y, Cómo construir un barco, de Susana Barriga, obra mínimal, de sutilezas llenas de significaciones, las que se asientan en una manera especial de observar a los personajes para ganar solidez en el poderío de un silencio lleno de voces.
En la ficción se destaca ampliamente Tierra roja, de Heidi Hasan, con el foco de atención en el problema del desarraigo y la integración a un ambiente cultural extraño, desde una moderación que permite, sin embargo, apreciar un amplio universo de matices. A su lado Te quiero mucho, de Armando Capó, echa una mirada a las relaciones entre un niño y su madre prostituta, para descubrirnos los fuertes contrastes entre amor y sexualidad, en una edad aún muy tierna para enfrentar la pérdida de la inocencia; y, El patio de mi casa, de Patricia Ramos, que da una muy visión penetrante del escenario doméstico. El tedio, la grisura y la insignificancia, reinan sobre el patio intentando mutilar a sus habitantes; pero sus anhelos aplazados son una callada incitación a soñar colores más estimulantes.
Nada mejor para quienes aspiren a vislumbrar "tendencias nacientes", que los mencionados espacios de debate "Moviendo Ideas". Permiten visualizar algunas inquietudes comunes y adelantar conjeturas que ya confirmarán o negarán los años, y las Muestras...
Allí se pudo constatar que muchos creadores inscribieron sus trabajos sin estar muy convencidos del género. Ciertamente son obras que al perseguir determinados fines experimentales, consiguen quebrantar los límites que tradicionalmente se han marcado para cada uno de ellos; pero ¡cuidado!, hay casos donde parece suceder por desconocimiento y hasta por subvaloración de esos límites, y con ello, de los códigos con que deben operar. Esto impide que aprovechen los recursos de forma óptima, o que se consiga una transgresión de las reglas más consecuente con la visión elegida.
Tal vez esa sea la razón para que muchas veces no sepan redactar una sinopsis. Y me pregunto ¿es que no saben redactarla, o es que no saben hacia dónde van? Creo que no hay que desdeñar el papel de la sinopsis, porque si bien es más conocida como el texto publicitario con el que se orienta al espectador y se "vende" el film, antes debe rendir la importante función de llegar a la nuez de la parábola, de la idea, o, incluso, de la sensación que se aspira trasmitir. Así, la sinopsis nos lleva a la esencia del asunto que procuramos develar, y se torna en garantía para una dramaturgia eficiente, cualquiera que esta sea.
De cualquier forma algunos realizadores están buscando un modo de decir, una manera de poner el lenguaje a su favor, sin demasiado respeto por los moldes, a menos que sean de la mayor eficacia expresiva, y eso hay que celebrarlo. Por ese camino, aún con sus imperfecciones, se vieron los trabajos de Javier Castro: Reconstruyendo al héroe, inscrito en la competencia como documental, además de Yo no le tengo miedo a la eternidad y Reflejos en un charco, inscritas como ficción.
Hay otros títulos ubicados en esa categoría que resultan de igual modo ambivalentes: Mosca, de Joel G. Reyes; Esther, la vida no para, de Alán González; Las flores feas, de Harold Rensoli, y Japibeibituyu, de Javier Cepero.
En esa propia categoría el movimiento de ideas se tornó bien inquieto. Un paquete compuesto por el ya mencionado Te quiero mucho; La guerra de las canicas, de Wilbert Noguel y Adrián Ricardo Hartill; La Bestia, de Hilda Elena Vega, y Domingo del pez, de Lianed Marcoleta, llenaron de tensión una tarde en el Centro Cultural Cinematográfico, por el predominio de la violencia que en algunos casos llega a tener proporciones prácticamente enfáticas.
Se abre la primera pieza con la imagen de una joven mujer, que corta un pollo con significativa energía. Su rostro, menos valorizado por la cámara, tiende a quedar en el anonimato como si importara más sugerir la crueldad que entraña el camino de la supervivencia. La segunda narra la historia de dos niños, enfrentados en un juego de canicas que puede llegar a la sangre, producto de la intervención de sus padres, de quienes ellos han copiado el comportamiento hostil. La tercera es una ficción sadomasoquista en la que resulta involucrada una menor de unos siete años, quien a la postre se convierte en victimaria, adelantando un camino ya sin límites ni retrocesos hacia la violencia más desenfrenada. La cuarta enfoca el asunto desde la locura de unos padres que para impedir el sufrimiento de sus hijas, acaban por matarlas.
He hablado de proporciones enfáticas y no es por gusto. Poner énfasis en algo es a veces de signo positivo. Indica agudeza, energía, profundidad. Pero otras veces puede resultar redundante, subrayado, aparatoso y hasta hueco, o dicho sea como corresponde en el arte, retórico. Cualquiera de los trabajos que menciono, rozan esos términos. Te quiero mucho y La Bestia logran una factura más acabada, pero igualmente se arriesgan en tal sentido.
Algunos lo dicen sin reparos: "Indago en la naturaleza depredadora de la condición humana", lo que me recuerda una frase de otra de las ficciones: Esther, la vida no para, cuyo narrador dice, más o menos: "no entiendo cómo a veces le jodemos la vida a quienes más amamos". Preocupaciones hondas y llenas de valor, tratadas con tal cinismo, que pueden ser eficientes siempre que sean, en algún grado, responsables.
Hay cierta desorientación. En algún momento se cayó en el tema de los subgéneros. Fui yo quien lo introduje porque había oído hablar de estímulo a las producciones de horror o de misterio, tan poco frecuentes en nuestro medio, y, de hecho, una variante creativa que tiene todo el derecho a existir. Esto se decía a propósito de La Bestia. Pero, ¿es este trabajo una producción que busca explotar un género o subgénero como el horror, el terror, el misterio, así, sin más? Yo diría, y, para bien de su resultado, que Hilda Elena Vega estaba buscando trabajar en el ámbito de las regiones más sombrías del alma, pero con ambiciones que pasan del simple deseo de entretener a un público ansioso de emociones fuertes.
No se trata de darle vivas al "imperio de los sentidos" como si solo fuéramos seres sensoriales. La sensorialidad puede ser tan refinada como bestial. He escuchado tantas veces: "El cine no se ha hecho para pensar, sino para sentir". Yo creo que el arte, como producto humano que es, se hace para sentir y para pensar. Y si no ocurre de manera consciente, el hecho es que, tanto creadores como espectadores, sentimos y pensamos; valga la obviedad.
Es verdad que hay épocas más dadas a la razón, y esta no es precisamente una de ellas. De modo que el artista siente la necesidad de reflejar esa sinrazón, la tremenda convulsión que tiene lugar ante sus ojos, una de cuyas prácticas más frecuentes es una especie de celebración de la violencia.
Creo que hay que revisar en la dialéctica forma/contenido, tan antigua como los diálogos socráticos, explorada tantas veces y de tan diferentes perspectivas por bien conocidos pensadores. Su permanencia en la historia de la filosofía no puede ser ignorada tras decir que está en desuso. Todo este desorientado universo que acabo de referir tiene mucho que ver con la indiferencia ante las responsabilidades del artista, que pasa inexorablemente por la vieja relación dialéctica, que, con visiones cambiantes hasta el infinito, como es natural, fue, es y será parte constitutiva de la obra bella.
Y, si un día dejara de existir la obra bella, tal y como la conocemos hoy, bien sabemos que estaremos asistiendo en todo caso al fin de un tipo de arte, de modo que acaso habrá que apuntar al nacimiento de "una nueva sensibilidad"[2] y con ello a una transformación en el campo de la estética que de ninguna manera tendría que dejar a un lado el razonamiento sobre esos tópicos.
Creo que entre las muchas previsiones y certidumbres de la Muestra de Nuevos Realizadores del ICAIC, se encuentra la de llamar a los creadores en formación a apreciar la obra de artistas como los que mencioné al inicio.
Cualquiera de ellos, desde el muy joven Matías Bize, hasta los veteranos Maysles o Zanussi; exhiben una obra cuya responsabilidad con el sentido de sus empeños estéticos no se riñe, sino que dialoga ricamente con un determinado espíritu ético. De asomos en el individuo y su primera batalla, la del amor, en el caso del más joven, hasta esas miradas al universo social que fue el encargo que se hicieron a sí mismos, cuando fueron también jóvenes los otros: "intentar modificar la realidad retratada a través de sus experiencias, sentimientos y reflexiones".[3]
Valgan los gestos compulsivos que obedecen al deseo del otro, para que nos liguemos una y otra vez en el camino de un evento así. Valgan las huellas que va dejando en El Bisiesto, y en nuestras mentes y/o sensibilidades agradecidas. Y que viva en su propósito "como en el de todo lo que pretende armonía", la bendición eterna de la liga.
[1]
"Hasta ese momento, el cine documental había estado limitado por la dictadura de la imagen"... Octavio Cortázar: "Segunda visita de Albert Maysles a Cuba", en
El Bisiesto Cinematográfico. Boletín de la Muestra de Nuevos Realizadores, ICAIC. La Habana, 26 de febrero, 2008.
[2]
Elvia Rosa Castro: en una conversación que tuvimos en el Centro Cultural Cinematográfico "Fresa y Chocolate", mientras tratábamos de comprender el asunto. Ver además "Reflexiones polémicas sobre el postmodernismo", de Stefan Morawski, en
El Postmoderno y el postmodernismo y su crítica, Centro Teórico Cultural Criterios, La Habana, 2007. p 66; "Del etos del arte al etos del artista fuera del arte", en
Criterios no. 34, La Habana, 2003. p. 182.
[3]
Reina María Hernández "De Altamont a La Habana, 38 años después", en
El Bisiesto Cinematográfico. Boletín de la Muestra de Nuevos Realizadores, ICAIC. 26 de febrero, 2008.